Entonces le dijeron: ¿Quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?. (Jn 1:22).
Por esto estaré siempre recordándoos estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. (2 P 1:12).
Quisiéramos contestar la pregunta: ¿quiénes somos? O sea, ¿qué estamos haciendo aquí? En el pasado hemos hablado poco al respecto porque éste es un tema delicado; por eso, no hemos querido hablar de nosotros mismos. No obstante, pese a que no hemos mencionado el tema, frecuentemente se nos pregunta: ¿Quiénes son ustedes? Algunos dicen que somos “La iglesia del avivamiento”, otros nos llaman “La manada pequeña”, y otros dicen que somos la iglesia de “El cristiano” .
Primeramente, debemos aclarar que no somos otra denominación, ni otro grupo faccioso, ni un movimiento nuevo ni una organización nueva. No estamos aquí para unirnos a otro grupo ni para formar nuestra propia facción. Si no tuviéramos una comisión y un llamamiento especial de Dios, no se justificaría nuestra existencia. Estamos aquí debido a que Dios nos hizo un llamado especial.
En 2 Pedro 1:12 se menciona la expresión “confirmados en la verdad presente”, lo cual también puede ser traducido “confirmados en la verdad actual”. Pero, ¿cuál es la verdad “actual”? Todas las verdades constan en la Biblia, y no hay ninguna que no esté escrita allí; sin embargo, muchas verdades se han perdido o han estado escondidas debido a la insensatez del hombre, su infidelidad, su negligencia y su desobediencia. Las verdades han estado en las Escrituras, pero el hombre no las podía ver ni tocar. Más cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios sacó a la luz verdades específicas durante lapsos específicos y permitió que éstas fueran reveladas una vez más.
Las verdades reveladas recientemente no son inventos nuevos de Dios, sino descubrimientos que el hombre hizo. No hay necesidad de inventar nada, pero sí de descubrir.
Cada obrero del Señor debe preguntar a Dios cuál es la verdad presente. Debemos preguntarle: “Dios, ¿cuál es la verdad presente?” Aunque en la Biblia hay muchos temas importantes y cruciales, es necesario conocer la verdad actual. No sólo debemos conocer las verdades generales, sino que también debemos entender claramente la verdad presente.
Por consiguiente, ¿qué estamos haciendo hoy? Debemos responder al igual que Juan el Bautista y decir que somos una voz que clama en el desierto (Jn. 1:23). Nuestra obra consiste en hacer un llamado a los hijos de Dios a que regresen al propósito central de Dios, que tomen a Cristo como centro en todo, y que tomen Su cruz, Su resurrección y Su ascensión como la base de todo. Este es el mensaje de los capítulos uno y tres de Colosenses. Conocemos la posición que la iglesia tiene en el Nuevo Testamento y comprendemos que su posición es muy elevada y espiritual. Agradecemos a Dios por la ayuda que nos ha concedido mediante los misioneros occidentales; sin embargo, Dios hoy nos está mostrando que debemos regresar a Su propósito central. Nuestra obra actual consiste en regresar al terreno bíblico de la iglesia.
Debemos darle menos importancia a las verdades secundarias. Debemos hacer lo posible por mostrar que el Señor es la Cabeza sobre todas las cosas. No estamos aquí para perturbar las iglesias, sino que deseamos regresar a la obra inicial de los apóstoles. Debemos ser cuidadosos en todo lo que hacemos, aprendiendo a rechazar lo que venga del hombre y esforzándonos por recibir lo que provenga de Dios.
Agradecemos a Dios por concedernos ser parte de Su gran propósito. Debemos humillarnos, postrarnos ante El y negarnos a nosotros mismos. Es necesario entender claramente que nuestra obra hoy no se limita a salvar almas y ayudar a otros a ser espirituales, sino que nuestra meta es lo más grandioso y glorioso. Gracias a Dios que podemos conocer “la verdad presente”. Que Dios nos conceda Su gracia para que no seamos alienados de la “verdad presente”, sino que seamos vigilantes y no permitamos que ni la carne ni el yo ganen terreno en nosotros. Que se cumpla la voluntad de Dios en nosotros.
ESTE ES EL FUNDAMENTO DEL RECOBRO DEL SEÑOR EN LA ERA PRESENTE.
Finalmente, quisiéramos agregar algo más. Hoy tenemos cuatro responsabilidades:
(1) en cuanto a los pecadores, tenemos que predicarles el evangelio.
(2) en cuanto a Satanás, tenemos que estar conscientes de la guerra espiritual.
(3) en cuanto a la iglesia, tenemos que retener todo lo que vemos.
(4) en cuanto a Cristo, debemos dar testimonio de Su preeminencia sobre todas las cosas.
Como cristianos, somos sobre todo creyentes. Creemos en la Biblia, en Dios, en Cristo, en el Espíritu y en la redención y salvación de Dios.
La primera afirmación de nuestra fe es que la Biblia es la Palabra de Dios. En cuanto a la Biblia, el apóstol Pablo dice: “Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios” (2 Ti. 3:16a). Las Escrituras fueron escritas por hombres piadosos bajo la inspiración de Dios. También creemos que la Biblia contiene la revelación divina completa. Todos los aspectos de nuestra fe se encuentran en la Biblia y son controlados por la misma. Aceptamos en su totalidad lo que la Biblia dice, desde Génesis hasta Apocalipsis, y rechazamos cualquier pensamiento humano que vaya más allá de lo que ella dice. La Biblia es el don verdadero y objetivo dado por Dios que nos ofrece la revelación en cuanto a Él, Su plena salvación y Su plan, o economía, para el hombre. Ya que la Biblia es la Palabra de Dios, creemos en su veracidad y afirmamos su infalibilidad.
Por supuesto, el tema principal de la Biblia es Dios, y Dios es el objeto de nuestra fe. Por lo que revelan las Escrituras creemos que nuestro Dios es único y a la vez triuno. Aunque esto va más allá de nuestro entendimiento humano, la Biblia dice claramente que Dios es uno solo (1 Ti. 2:5) y a la vez tres (Mt. 28:19). Él es eternamente el Padre, el Hijo y el Espíritu. Los Tres de la Trinidad Divina son distintos, pero no separados. Donde está el Padre, allí también está el Hijo, tal como nos dice el Señor Jesús en Juan 10:38: “...el Padre está en Mí, y Yo en el Padre”. El Hijo y el Espíritu también moran el uno en el otro tal como el Espíritu y el Padre. Entre los Tres de la Trinidad, el Padre, según implica Su nombre, es la fuente de la Trinidad Divina; el Hijo es la expresión del Padre; y el Espíritu hace real todo lo que
El Hijo es y tiene. Pero estos detalles de nuestra fe no son meros misterios teológicos. Puesto que nuestro Dios es triuno, podemos experimentarle y disfrutarle. El apóstol Pablo hace una relación definida entre los Tres de la Trinidad y la experiencia de los creyentes: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Co. 13:14). Según el Nuevo Testamento los Tres “el Padre, el Hijo y el Espíritu” están en los creyentes (Ef. 4:6; Col. 1:27; Jn. 14:17).
Nosotros los creyentes somos llamados cristianos porque somos hombres y mujeres de Cristo. Cristo es la Persona maravillosa del universo, y nosotros gozosamente nos llamamos por Su nombre. Cristo es eternamente Dios. En la eternidad pasada, antes de la creación, Él era Dios; ahora es Dios; y será Dios para siempre. Pero un día se hizo hombre, que fue nuestro Señor Jesús. Por tanto, Cristo es tanto el Dios completo como el hombre perfecto. El, sin abandonar Su divinidad, fue concebido en el vientre de una virgen, nació como un niño, vivió una vida humana en la tierra y pasó por una muerte todo-inclusiva y sustitutiva en la cruz, logrando así la redención para nosotros. Pero Él no se quedó en la muerte. Después de tres días resucitó y llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El poder de Su divinidad sorbió la muerte, y Su humanidad fue elevada y glorificada. Ahora Él es tanto nuestro Redentor como nuestra vida. Ascendió a los cielos y está en la gloria; es totalmente Dios, pero a la vez totalmente hombre. Como tal, ahora Cristo es el Autor de nuestra salvación y el Perfeccionador de nuestra fe (He. 2:10; 12:2). Está sentado en los cielos, donde lleva a cabo Su ministerio celestial y la economía de Dios (Hch. 5:31; He. 8:1-2). Esperamos con anhelo Su regreso inminente, cuando vendrá con el reino de Dios y reinará sobre la tierra en el milenio (Ap. 1:7; 11:15; 20:6).
El Tercero de la Trinidad es el Espíritu. Ya que el Padre es la fuente de la Trinidad Divina, el Espíritu es la consumación de la Trinidad Divina. Todo lo que el Padre tiene y es, está incorporado en el Hijo; y todo lo que el Hijo es, es hecho real como el Espíritu. Por esta razón, a Él se le llama el Espíritu de realidad (Jn. 15:26; 16:13; 1 Jn. 5:6). La realidad de Cristo y del Dios Triuno, es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo llevó a cabo la encarnación de Cristo (Lc. 1:35; Mt. 1:18, 20). Ya que Él nos trae la humanidad, el vivir humano y la muerte de Jesús, se le llama el Espíritu de Jesús (Hch. 16:7); y puesto que hace real para nosotros la divinidad y la resurrección de Cristo, se le llama el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9). También se le llama el Espíritu de Jesucristo, lo cual indica que Él es la fuente del suministro abundante para los creyentes (Fil. 1:19). El Espíritu de Jesucristo está mezclado con Su humanidad y muerte y con Su divinidad y resurrección. Este Espíritu es el Espíritu de la vida y el Espíritu que mora en nosotros (Ro. 8:2, 11). Como el Señor Espíritu, Él nos transforma renovándonos (2 Co. 3:18; Tit. 3:5). El Espíritu todo-inclusivo es nuestra unción santa (2 Co. 1:21; 1 Jn. 2:20, 27), según es tipificado por el ungüento compuesto de Éxodo 30:23-31. Como tal, Él llega a ser el sello y las arras para nosotros (Ef. 1:13-14). Diariamente el Espíritu como nuestro Paracleto nos consuela (Jn. 14:16-17), suministrándonos todo lo necesario para nuestro andar cristiano, e intercede por nosotros (Ro. 8:4, 26). Tal Espíritu fue infundido como aliento en nosotros para ser nuestra vida en esencia (Jn. 20:22) y fue derramado sobre nosotros como nuestra vida económicamente (Hch. 2:1-4, 17). En la era de la degradación, este maravilloso Espíritu es siete veces intensificado y es los siete Espíritus de Dios (Ap. 1:4; 4:5; 5:6). Con el tiempo, este Espíritu intensificado, como la consumación del Dios Triuno, llega a ser uno con la iglesia redimida, regenerada, renovada, transformada y glorificada, la cual es Su novia, para la manifestación y expresión del Dios Triuno en la eternidad (Ap. 22:17).
El Dios Triuno es verdaderamente maravilloso, pero el hombre no llegó al nivel que Dios quería. El hombre cayó, y está caído en el pecado sin esperanza. Pero Dios, debido a Su gran amor por el hombre, vino en Cristo para redimirlo. Antes, el hombre pertenecía a Dios; pero por la caída de nuestros antecesores, toda nuestra raza fue sometida a la esclavitud del diablo y del pecado, y quedó a merced de las exigencias de la justicia, la santidad y la gloria de Dios. Éramos absolutamente incapaces de cumplir sus requisitos. Pero Cristo cumplió todos los requisitos mediante Su muerte en la cruz. Esto produjo una redención eterna para nosotros, y esta redención es la base de la plena salvación de Dios. Debido a la muerte de Cristo, Dios perdona los pecados de los pecadores (Ef. 1:7), y a ellos, Sus enemigos, los reconcilia consigo (Ro. 5:10), y los justifica haciendo que Cristo sea la justicia de ellos (Ro. 3:24; 1 Co. 1:30). Dios, basándose en la obra redentora de Cristo, regenera a los redimidos con Su Espíritu (Jn. 3:5-6) para consumar Su salvación, a fin de que lleguen a ser Sus hijos (Jn. 1:12-13). Ahora que los creyentes poseen la vida y naturaleza de Dios, disfrutan una salvación diaria en esta era (Ro. 5:10; 1 P. 2:2; Fil. 2:12) y la salvación eterna (He. 5:9) en la era venidera y en la eternidad. Esta salvación es una salvación en vida (Ro. 5:10), y no una mera salvación del castigo eterno. La vida que disfrutamos en esta salvación es el Dios Triuno mismo hecho real en Cristo (1 Jn. 5:20) como el Espíritu eterno (He. 9:14). Esto es simbolizado por el río de agua de la vida, que fluye en la Nueva Jerusalén, y por el árbol de la vida, que crece en el río (Ap. 22:1-2), que tienen como fin suministrar vida por la eternidad a todos los que han sido redimidos por Dios. Esta es la salvación plena, completa y dinámica de Dios. ¡Una salvación tan grande! (He. 2:3).